La irrupción de los jóvenes en la política, en el territorio, en las universidades, escuelas, sindicatos y también en sectores de la administración pública, es para muchos un factor de preocupación. Algunos prohombres de la intelectualidad conservadora y gorila argentina, incluso, han tratado de ligarlo a cierto tipo de hordas al estilo hitleriano, sólo preocupada en conseguir algún cargo o sueldo. Desde nuestro lugar de jóvenes comprometidos con las causas del pueblo y su historia de lucha, sabemos que ese discurso no es otro que el discurso del odio y el miedo hacia el cambio y lo nuevo que representan los jóvenes, con su rebeldía, creatividad y ganas de transformar lo que debe ser transformado.
Esta preocupación de algunos por los jóvenes, se agrava más todavía cuando hace unos días, desde el bloque de diputados del Frente para la Victoria, con Aníbal Fernández y Elena Corregido a la cabeza, se presenta un proyecto de ley que permitiría votar, de forma voluntaria (como sucede para los mayores de 70 años), a los menores de entre 16 y 18 años de edad. Un proyecto que, a todas luces, supone la ampliación de derechos a un sector de la sociedad que tiene que soportar de parte de algunos sectores del “mundo adulto” continuas y viejas estigmatizaciones, a saber: “los jóvenes no se comprometen”, “andan en la pavada”, “son indolentes y apáticos ante la cosa pública”, y demás frases hechas del decálogo del buen conserva argentino.
Los mismos que se oponen a la participación de los jóvenes en las elecciones son los mismos que se oponían al voto de la mujer. Son los mismos que esgrimen la teoría del voto calificado, según el cual los jóvenes no están capacitados para votar porque “no están preparados”. Y porque, como dice el dicho popular, “para muestra basta un botón”, fijémonos quiénes están en contra para llegar a la conclusión que tan mal no debe ser este proyecto: Macri, Patricia Bullrich, De Narváez, algún sector de la UCR, y todo el concierto ultra-anti-K.
Pero los jóvenes les venimos demostrando otra cosa, les demostramos que sus contundentes afirmaciones caen en saco roto cuando vemos a miles de jóvenes marchando en las calles, llenando estadios y militando en los barrios, las escuelas, las universidades y los sindicatos.
Por eso, desde la juventud de la clase trabajadora, entendemos este proyecto de ley de voto joven como un elemento importantísimo en este proceso de ampliación de derechos para una franja etaria que no debe ser excluida de la participación cuidadana, y como una consecuencia inevitable de la inserción cada vez más fuerte y masiva de los jóvenes en la política. Además, sabemos que viene en consonancia con otras conquistas del campo popular en el ámbito de los derechos civiles, como el matrimonio igualitario, el debate sobre la despenalización del aborto y el cultivo de marihuana, y demás luchas de nuestro pueblo. La posibilidad de que los jóvenes nos incluyamos en una de las formas más directas de la democracia, también supone que podamos tener otro elemento más para poder hacer más fuerte y clara nuestra voz y nuestras demandas. ¿Quién dice que a partir de aquí nos empiecen a escuchar con mayor atención, ya sea para ganar votos o por una verdadera preocupación hacia los jóvenes?
Sabemos, además, que no nos convencen ni nos van a convencer con el discurso mentiroso y tramposo que trata de equiparar el derecho al voto con la baja en la edad de imputabilidad. Ésa es otra discusión que pasa por otro lado, y que tiene que ver generar mayores y mejores políticas de inclusión, como puede ser, justamente, este proyecto. Debemos profundizar y complejizar esta discusión y no caer en los lugares comunes del prejuicio.
Entonces, les decimos sí al voto joven, a la posibilidad de nuestros pibes de elegir a quienes nos representan y gobiernan porque venimos demostrando que queremos participar de la construcción de una sociedad cada vez más justa y solidaria. Quizá ése es el miedo que tienen: que las cosas cambien.
Nicolás Aguirre
Juventud CTA Reconquista, Santa Fe